Ni siquiera me voy a poner a discutir si las fuentes son importantes para el periodismo, porque no existe el segundo sin el primero. Una nota sin fuentes directamente no es una nota, aunque desde ya servirá para envolver media docena de huevos. En cambio, les cuento lo que pensaba en el subte de regreso a casa: la calidad del periodismo reside en la calidad de las fuentes.
Hoy tuve la oportunidad de entrevistar por teléfono a Eduardo Lago, quien preside el Instituto Cervantes de Nueva York. Había preparado unas cinco o seis preguntas para hacerle en ocasión de una nota que estoy escribiendo sobre la expansión del castellano en Estados Unidos. Sin embargo, poco precavido de mi parte, apenas comencé a hablar, el entrevistado me las respondió en tres minutos, con una claridad y una sencillez asombrosas para la supuesta complejidad de las respuestas que había pensado. Además, sin darse cuenta, me había desterrado los prejuicios sobre los que uno construye una idea, y –lo más importante- me di cuenta que mi nivel no se comparaba con el suyo.
Seguramente no vuelva a llamarlo sin antes preparar no cinco sino 15 preguntas, pero esto me hizo pensar: el periodista está obligado a estar al nivel del entrevistado, o al menos acercarse a entender siquiera lo que piensa. En caso contrario uno se queda en off side, sin saber que decir y sin aprovechar al que tenemos enfrente. Pero si la fuente no tiene nada que decir, esto nos pone en un estado de comodidad que a la larga no nos favorece.
En el mundo de hoy, la prensa argentina –al menos la prensa argentina- está plagada de notas sin sentido y fuentes escasas o poco significantes. Además de los periodistas, lo que agrede a la calidad de nuestro periodismo es la calidad de las fuentes periodísticas. Lo veo en las secciones de política: plagadas de comentarios inertes de políticos incultos. Muchos de los políticos que nos gobiernan o que hacen de oposición no tuvieron vergüenza en afirmar que en otra época –siendo jóvenes- usaban armas en la cintura. Que “eso” era política en “ese” tiempo.
Si como jóvenes, mientras yo y vos seguimos estudiando y trabajando, leyendo e intentando hacer la diferencia, otros estaban con pistolas en los bolsillos, me pregunto qué miércoles pueden decirnos de importante.
Decenas de conferencias de prensa, entrevistas telefónicas y kilómetros de taxis recorridos en busca de una nota que no existía, porque la fuente, sencillamente, no servía. Me pregunto cuánto tiempo habré perdido yendo por la autopista camino a La Plata a ver qué decía al ahora ex gobernador Solá o de ahora, Scioli. No recuerdo ni siquiera una frase que me haya conmovido, shockeado, enseñado, ensañado ni trastocado mi forma de pensar. Son tipos que no tienen nada que ofrecer.
En cinco minutos, en cambio, Eduardo Lago me dio vuelta, como también lo hicieron tantos otros. A esas fuentes hay que buscar, a las que tienen algo que decir, a las que enseñan, a las que cambian las cosas, a las que revelan, a las que saben que algo está pasando, y saben que es. Son las que ponen al periodista entre la espada y la pared, y que te obligan a estudiar, a indagar y a saber, porque si no uno queda como un idiota.
Muchos de nosotros crecimos asombrados por el periodicinísmo de, por ejemplo, Horacio Verbitsky, quien aseguraba que “el periodista no tiene amigos, tiene fuentes”. Me gustaría preguntarle a qué fuentes se refería, porque una primicia enaltece al periodista, pero nada le hace a éste si la fuente de información no tiene nada interesantes que decir.