“Es un gran triunfo del amor”, dijo la presidenta Cristina Kirchner. Tenía derecho a hablar. Acababa de cosechar la mitad de los votos de los argentinos. Perdidos, atrás, muy atrás, sus competidores. De todas las cosas que recuerdo del difunto Néstor es justamente esa palabra. El tipo supuestamente era el demonio, la suma del poder público, el corruptor de la Argentina, pero se paraba frente a la gente y hablaba del amor. No se si nadie le creía y veía retorcerse a quienes lo odiaban. El hombre iba contra todos y hablaba del amor. Era una cosa rara. Ayer volvió CFK con eso del amor.
De a poco, sin embargo, el tema va entrando en agenda porque el mundo tiende a ser un poco menos hipócrita. Lo que antaño se ocultaba, como una lágrima en el cine y un “te quiero” porque sí va saliendo a la luz. Y no sólo entre los kirchneristas. Lo demostró Jorge Fernández Díaz, uno de los periodistas más admirados de este país, que cuando no está enojado con el poder se hace cargo de sus sentimientos y no le importa nada. Una de sus notas más memorable tal vez sea una publicada cerca del día de San Valentín en La Nación, para los que miran de afuera es un diario conservador. Fernández Díaz hizo lo que nadie, ni los memorables que en ese diario escribieron durante el último siglo, supieron hacer: escribir acerca del amor, y en la página 2. Eso es tener huevos. La nota se titula Pacto de amor en la intemperie (JFD también tiene su memorable antología: “Corazones desatados, historias de amor de gente común”).
En realidad la gente estaba despechada, y no sólo aquí en Argentina. Durante demasiado tiempo primó el “It’s not personal, it’s business”. La frase que salió de El Padrino ( “It’s not personal, Sonny. It’s strictly Business”, dice Michael Corleone) comenzó a chocar contra la realidad. En You’ve got e-mail, Meg Ryan –dueña de una pequeña librería en Nueva York- le dice a Tom Hanks –el magnate de una cadena de librerías que destroza a la pequeña de Meg- algo así como “tal vez no sea personal para ti, pero sí lo es para mí; tal vez tenga que cerrar y nadie me recuerde, pero sí recordarán a mi madre, que enseñó a leer a todos en dos cuadras a la redonda”. Tal vez no quiera la gente que se le solucione sus problemas, sino que se las comprenda.
El amor en los medios no tiene solo cabida en las “revistas del corazón”, aunque todas ellas se basan en las aspiraciones y deseos de enamorarse y ser felices de la gente. Contra los que muchos creen –y apelo con esto a los que ya a esta altura piensan que esta columna es demasiado cursi para su gusto- la felicidad está en la agenda del Siglo XXI. En Inglaterra como en Brasil los parlamentos votaron el año pasado transformarla un derecho, y en Estados Unidos recién ahora comprenden el significado de la terriblemente influyente frase “Life, Liberty and the pursuit of Happiness” escrita por Thomas Jefferson en la Declaración de la Independencia. Mientras hablar de amor y felicidad sigue siendo cursi para algunos –en los medios escritos por ejemplos, cada vez con una audiencia más marginal- el “well-being” se apresta a convertirse en la palabra del siglo. Algunos ya las usan y hasta ganan elecciones con ella.