Teníamos que ir. Eramos como infiltrados con un compañero de Perfil. Saqué mi tarjeta personal para dejarle mis datos a otro colega de la casa y se asustó por poco. Perfil era uno de los acusados. Hace cinco, diez o tal vez veinte minutos terminó el Juicio Ético al Periodismo, o algo con nombre parecido, una iniciativa de las Madres de Plaza de Mayo que consistió en algo socialmente interesante: un juicio público con sentencia pero sin condenas a periodistas por su labor durante la dictadura. El veredicto: todos culpables. La gente -entre 500 y 700 personas, tal vez más- levantó sin culpa la mano para decir “culpables”. Se leyó durante varias horas textos y relatos de la labor durante la dictadura de Magdalena Ruiz Guiñazú, Mariano Grondona, Joaquín Morales Solá, Mauro Viale, Chiche Gelblum (podrían leer lo que dice ahora que sería lo mismo) y Claudio Escribano, entre otros (¿alguno me lo recuerda?)
Había columnas con imágenes de las portadas de revistas como Gente (La clásica “Estamos ganando”) y otras más nefastas como Extra y Somos, con portadas que me da vergüenza repetir. Una cosa era no animarse, pero otra era poner las miserias que ponían los de Atlántida. Una tapa de La Nación decía “Videla y Carter hablaron sobre democracia y derechos humanos” (le faltó la palabra falta de DDHH…) y las de Clarín ya las conocemos. De Perfil no hubo ninguna tapa pero lo declararon culpable. Magdalena fue la que más se sintió tocada por este juicio ético: desempolvó en su defensa un audio de 1984 en la que Hebe de Bonafini le agradecía por su apoyo durante la dictadura para difundir la causa de las madres de los desaparecidos. Del resto, ni hablar. Nadie pidió perdón ni mandó una carta en su defensa. Tal vez sea por eso que uno haya perdido el respeto por algunos de estos periodistas hoy enjuiciados socialmente. Estoy contento con algo: ninguno supo dejar descendencia periodística. Son como dinosaurios a punto de extinguir. Estamos viendo restos. Mientras tanto, yo de la época de la dictadura sigo pensando lo mismo.